El neurodesarrollo se da a través de un proceso dinámico de interacción entre el niño y el medio que lo rodea; como resultado, se obtiene la maduración del sistema nervioso con el consiguiente desarrollo de las funciones cerebrales y, a la vez, la formación de la personalidad. En la actualidad el neurodesarrollo tiene una estrecha relación no solo con la genética sino también con el ambiente de estimulación y afectividad que rodea al niño, los cuales influyen decisivamente en la mayor producción de sinapsis neuronales lo cual implica a su vez en la mayor integración de las funciones cerebrales.
Evidencias científicas en el 2016, la serie ” The Lancet ”, presentó evidencias y fundamentos relevantes sobre la importancia de las intervenciones tempranas, mostrando los efectos de la inacción en esta etapa. Afirma que en el mundo 250 mil niños menores de 5 años, (43%) no alcanzan su máximo potencial. Puso énfasis en la necesidad de brindar apoyo y acompañamiento a las familias para ofrecer una crianza cariñosa y sensible a las necesidades de los niños. Las intervenciones exitosas deben incluir, además, estrategias de cambio de comportamiento centradas en el cuidado y las interacciones del entorno más cercano a niños, pues es el periodo más sensible a las experiencias positivas o negativas, cuyo impacto se prolonga a lo largo de la vida. Menciona que se debe asegurar un marco de políticas públicas, construir desde lo existente y con un enfoque integral.
Uno de los aspectos relevantes de estas evidencias apunta a la centralidad de las intervenciones en la familia y la mejora de las capacidades del cuidador principal. La información coincide en que los primeros años de vida son fundamentales para el desarrollo humano, el cerebro es más activo en los primeros años de vida, especialmente durante los 24 primeros meses, pues es la etapa de formación y desarrollo de habilidades y funciones fundamentales para la sobrevivencia y para alcanzar el máximo potencial de desarrollo.